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LAICOS Y GRUPOS CATÓLICOS (1)

Por:  Ma. Mercedes Beltrán (Licenciada)

y

Carlos H. Martínez R. (Psicólogo) 

El apostolado de los laicos

El 18 de noviembre de 1965, durante la realización del Concilio Vaticano II, se promulgó un decreto que resalta la importancia de los laicos en la Iglesia, a través de su participación en innumerables iniciativas mediante las cuales realizan un importante apostolado en favor del reino de Dios. 

 

Este decreto se llama Apostolicam Actuositatem y brinda importantes orientaciones acerca del servicio y la participación de los laicos en la Iglesia. Es un documento valiosísimo, de vigencia siempre actual y constituye un punto de referencia necesario para comprender el sentido, el contexto y la realización de las múltiples formas de apostolado de los laicos.

Este documento es de particular importancia para quienes desean conformar grupos o asociaciones católicas, así como para quienes desean brindar su aporte y servicio a la iglesia de una manera individual o particular. Ayuda a armonizar los aspectos teológicos y vivenciales de la fe, facilitando el desarrollo de un equilibrio y una madurez tales, que permiten integrar elementos formativos con la experiencia del diario vivir, de manera que las asociaciones y grupos de laicos, así como los católicos que deciden servir a Dios y a la Iglesia desde su realidad particular, puedan dar un fruto bueno, abundante y duradero en el ejercicio de su apostolado.

El numeral 3 del Decreto nos recuerda que, a partir de la inspiración del Espíritu Santo, "se impone a todos los fieles cristianos la noble obligación de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra"

 

Es un servicio que nace del amor y del deseo de corresponder a la benignidad de Dios, quien nos ha bendecido con múltiples dones, talentos y carismas, los cuales estamos llamados a cultivar, desarrollar y poner al servicio de la Iglesia.

Es un derecho y una "obligación" que surge del agradecimiento y la consciencia del bien recibido.

De acuerdo con este Decreto, ningún católico puede quedarse sin dar fruto como miembro de la Iglesia.

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